“Madrid está de moda”. Así reza la promo de la MFSHOW, la
pasarela que hace varios años ejerce con nota de telonera cibelina. Me surgen
varias dudas: ¿Cuándo no está Madrid de moda?, ¿en qué momento la pasarela de
segunda se ha comido a Ifema con papas y ali oli? El caso es que uno se echa el
bufandón maxi al cuello y se presenta en menos que canta un gallo en la Plaza
de Colón. Concretamente en cuanto recibo la invitación de Protocolo, salgo por
patas hacia la capital y poso el culo en primera fila. Independientemente de
que en ediciones anteriores la localización haya sido más espectacular (pasamos de edificios representativos a carpas circenses), Blanca Zurita y todo
su equipo realizan un trabajo espectacular para sacar adelante todos los
desfiles. Volviendo a Protocolo, la firma de novios nos trasladó a los años
veinte revisitando los chaqués, las corbatas en pasley y el hombre de pelo en
pecho con andares de dandi italiano. Un ambiente operístico que el público
festejó después en la carpa contigua (agüita con misterio patrocinadora del
evento en mano), y destacó las cualidades de maniquí del modelo revelación de
la tarde. No era otro que uno de los polluelos de Norma Duval y Marc Ostarcevic.
En ese momento, viajo al pasado y rescato de mi retina posados espeluznantes
con las aguas cristalinas de fondo, donde la vedette y su maromo de aquellos
tiempos lucían bronceado y uniformes blanco inmaculado al más puro estilo Julio
Iglesias y cía rodeados de toda su prole. De Colón pasé al musical La Llamada, y de La Llamada al patio de butacas del Proyecciones, donde la
taquillera me sopla a bocajarro: “Es lo
mejor que hay en cartel”. Se
refiere a “La chica danesa”, una obra
de arte basada en un hecho real que recomiendo a todo aquel que necesite una
caricia a los sentidos. Antes de convertirme en Paloma Cuevas, bajo al lodo y
repaso las pomadas corazoniles de las últimas semanas. Las revistas desafían a
la crisis del papel y recogen los avatares de personajes de tercera regional,
los mismos que ocupan horas de televisión. Para ejemplo, los Makokos, la única
saga que ha conseguido superar la guerra fría que los Pajares representaron en
los noventa a golpe de Andresitos, Maricielos, Conchis y Chonchis. Ahora es el
turno de Matamoros y sus dos familias; por un lado un matrimonio con la hermana
mayor de Mar Flores que, de momento, ha sacado a la palestra a dos de sus
hijos, y por otro, su actual pareja, o sea Makoke, la mujer con menos léxico y
más sangre fría que ha pisado un plató de televisión desde los años de la
Mazagatos. Con pocos visos de limar asperezas, los afectos, desafectos y
traiciones veladas de unos y otros pasan por maquillaje y peluquería y se
destapan a cambio de parné con la rubia, ahora morena, a la cabeza y sin descruzar
la pierna aunque le llamen en todos los morros perra judía. Más rubia y más
frágil se muestra Marta Sánchez en el nuevo formato de La Sexta. A mi manera ha conseguido reunir a varios
iconos de la música patria con el fin de hacer un repaso de sus carreras en un
docureality donde unos versionan éxitos de otros. Un programa con ética y
estética donde la propia Marta ha dinamizado su imagen de bobalicona para dar
paso a una artista madura, sensible y con sobrada garganta para reinventarse
profesional y personalmente las veces que le salga de la peineta. Casi tantas
como Preysler, angelito mío, que ha soplado sesenta y cinco velas, y en lugar
de jubilarse y mudarse a Benalmádena, ha sacado los lomoss al fresco y ha
arrastrado al Nobel a los Goya. Isabel apretaba la mandíbula y buscaba miradas
cómplices entre actrices de primera fila. Otra cosa es que las haya encontrado.
Zapatero, a tus zapatos.