
A la espera de recibir la
batamanta a domicilio, me preparo una tila doble y me dejo acariciar por una
estufa de viento que me planta el tupé en lo más alto. Cuento los días y las
horas para cambiar de año y me doy un garbeo por las grandes sagas de éste,
nuestro país. Ellos también preparan la Navidad y mueven ficha para poner el
cazo frente a un abeto de metro ochenta y con los dientes a punto. Es un clásico
en el caso de los Goyanes-Lapique, una familia que se amontona previo pago en
fechas señaladas: Nochebuenas, aniversarios de boda, cambios de piso o
vacaciones en Marbella. La misma estampa intentan vender sin éxito las Tablada:
abuelas, madres, hijas, nietas y parientas lejanas. Todas en amor y armonía con
los morros en ebullición y colocadas por orden generacional, por eso de
distinguirlas. Un detalle por su parte. No tan unidos capean la crisis los
Bosé, conocidos por ir cada uno a su bola y por pulular en torno al excéntrico
Miguel. Mientras los medios chismorrean sobre la ruina económica de Lucía hija,
la niña de sus ojos, Bimba para el resto de los mortales, se pasea por el Barrio de Salamanca en paños
menores y acompañada por su maromo blanquecino, “una gamba” según palabras de su abuela la del peluche azul en la
cabeza. De la misma quinta pero torrado por el sol de Benidorm es el último camarero
de Belén Esteban, que salta a la palestra con el corazón roto y con ganas de
financiarse estudios de Podología relatando, sin censura, sus encuentros
carnales con la de Paracuellos; una serie de episodios de dos rombos que
habrían amenizado el verano terapéutico de Belén cuando lucía rolliza alejada
del foco. Una alegría para el cuerpo que podría estar dándose también Palomita
Segrelles. Digo Palomita para no crear confusión entre su gran madre, una
señora que mento poco porque me da yuyu y
porque atesora una cueva a pie de cocina. Algo terrible. Volviendo a
Palomita, cuentan en los mentideros más vip
que la resignada divorciada comparte días de vino y rosas con un polluelo de
los Alba, Carlos, duque de Huéscar y último novio conocido de una de las
Koplowitz, Alicia. De prosperar el cortejo entre ambos, Segrelles pasaría a
convertirse en nuera oficial de Cayetana y cuñada de Genoveva Casanova,
organizadora de eventos revelación y famosa por atribuirle El Quijote a Quevedo
en una entrega de premios culturales. Un no parar de sabiduría y buenos modales
equiparable al de los Preysler, clan navideño por excelencia, que se ponen los
zorros por menos que canta un gallo. Mientras Ana Boyer inaugura vida laboral
en las Torres Kio para prestar servicios de consultoría estratégica, su
progenitora abre las puertas de Villa
Meona para lanzar un mensaje al mundo a favor de sus paisanos filipinos y
dejar caer que no están los tiempos como para mantener tremendo casoplón sin
dar palo al agua. La reina del azulejo estaría pensando en mudarse a una casa
más modesta, quien sabe si en Torrejón, donde vuelan los Lexatines y las batas
de cola de la Jurado. El culebrón chipionero alcanza el clímax con el telele de Rosa y el alta en los platós
de Marisa, una rubia amante del chándal y el moño a medio hacer. Entre
Amadores, Chayos y magreos bananeros anda el tema, y promete estirarse mientras
el cuerpo aguante. Una historia de cuernos, traiciones, fulanas varias y pocas
ganas de ponerse al tajo similar a la que prevalece en Zarzuela. A excepción de
Elena, que recuerda viejos tiempos con Luis Astolfi entre potros y potrillos,
el resto de huestes de Casa Real afronta sus pascuas más devastadoras. Quizá
por eso han decidido quitarle hierro al asunto y deleitar a sus súbditos más
jóvenes con un área en su página web que incluye actividades diseñadas por uno
de los responsables de animación de Warner Bros o Walt Disney. Una forma de
ganar terreno en el 2.0 y acercarse a
los niños. Ha sido despedir a Corinna y hundirse. Se la tengo jurada a Charlene
la nadadora. No os fieis de semejante espinazo.