
Jueves. Recibo una invitación de Fiona Ferrer. Quiere contar conmigo para una reunión en petit
comité a propósito de las wacu hierbas.
Sí, las mismas que rezaba el título de mi artículo hace un par de semanas. A
Fiona le llevo dando algún que otro palito jocoso desde que tengo memoria, y
siendo honestos, siempre lo ha encajado con humor; incluso diría que ha
participado del cachondeo en torno a su universo wacu. Podría tratarse de una encerrona, pero le echo un par y acudo
a la cita con mi mejor sonrisa. Subo a la segunda planta del Herbolario Navarro y la rubia me recibe
con un achuchón y un “Así que eres tú,
cabrito” en tono de confidencia. Comienza la presentación y una experta en
la materia nos explica con detalle los beneficios de la medicina natural en
general y la línea patentada por Ferrer en particular. Mientras se suceden
manos levantadas con ansia de saber más, la propia Fiona interrumpe desde su
asiento para apostillar su experiencia con el café verde o el libidinal y
aprovecha para hacerse la manicura. En las distancias cortas resulta fresca,
rápida, efervescente. Terminada la sesión, nos volvemos a besuquear y me
aclara: “Sigo sin novio”. Yo le
felicito las pascuas y le prometo una segunda cita. De momento, me atiborro a
antioxidantes wacu a ver si se me
pega algo.
Viernes.
El tiempo se me
echa encima y diciembre avanza a la velocidad del rayo. Las compras sin hacer y
los brindis sin cerrar. Aprovecho que A. está en España y organizo cena vía
WhatsApp. E., A. y yo hace tiempo que no coincidimos. Pillarme a mí por banda
es sencillo, pero ellos tan pronto pisan suelo caribeño como se retiran del postureo madrileño para meditar. La mesa
de tres se multiplica y terminamos siendo ocho. Debatimos sobre madres
subrogadas, la amenaza de cierre de Sálvame o mascarillas de chocolate. La
noche fluye y terminamos en una fiesta popera marcándonos selfies a ritmo de “No quiero
más dramas en mi vida, sólo comedias…”. Pues eso.
Sábado.
Carmen Gahona
toma la palabra y levanta el share
del Deluxe a lo Belén Esteban en
tiempos de excesos. Después de una década a la sombra de Chiquetete, la
sevillana se corona como el azote de la Bollo y reparte munición mientras el
cortijo al completo, J.J. incluido, se revuelve en su asiento.
Gahona es rotunda en rasgos y en palabras; racial, clara, directa. Su
discurso engancha y nadie es capaz de desmontarla por defender a Raquel, ni
siquiera Patiño o Mila, parcas en argumentos ante semejante empaque. “El ciclo Bollo se acaba”,
sentencia ella. Me temo que estamos ante el próximo animal televisivo. Carmina y amén.
Domingo.
Nochebuena está a
la vuelta de la esquina y me pilla con la casa empantanada, los tendales patas
arriba y los christmas sin responder.
Preparo las maletas para largarme unos días pero antes me pongo ropa de faena y
me pierdo en El Corte Inglés. Los
villancicos, la calefacción y los golpes de cajón me ponen un pelín nervioso y
salgo pitando a por un vermut. Ojeo la prensa y me topo con Estrella Morente en
portada del suplemento dominical de El
Mundo. Hago un sobresfuerzo por comerme la entrevista interior, pero las
fuerzas me flaquean. Estrella es un personaje que me produce cierto yuyu. A ver si me explico. Talento para
cantar aparte (que lo tiene), percibo en ella un constante ramalazo de
infelicidad. La intuyo inestable, instalada en el alambre y con facilidad para
levitar. Quizá es de esas personas que son más de arriba que de abajo. Eso
dicen los artistas para justificar sus neuras. El resto estamos como cabras y
pista. Seguro que Fiona tiene algún remedio.