Sábado. Un año después,
Urdangarin vuelve a hacer el paseíllo hacia el Juzgado de Palma. Con Pascual
Vives a su vera, el duque camina con paso veloz, mira al infinito y, sin hacer
declaraciones, se atusa el pelo cano, que no rubio, ante los gritos de
espontáneos que lo esperan cual Mocito
Feliz. Una vez dentro, el yernísimo
echa un capote a Casa Real desvinculando a toda la corte de las actividades llevadas a cabo por el Instituto Nóos.
Horas después, es su mujer quien lo recoge en el aeropuerto al volante de un Golf escacharrado
para regresar al palacete de la discordia. Todo vale por aparentar austeridad. Pasada
la hora de Cenicienta, vislumbro al
fondo de la barra a Álex González sin fémina a la vista. Nos separan una hilera
de Bulldog-tonics, pero intuyo una
faz imberbe con secuelas de acné juvenil y ademanes de niño bien. En ese momento, la camarera me susurra: “¡Lo que se ha perdido Chenoa! ¡Y la hermana de Pe!
¡Y…!” Hasta aquí puedo leer.
Domingo. Corinna rompe su
silencio y concede su primera entrevista por cortesía de Pedrojota. La alemana saca morritos como una Tablada más de la vida y abre la veda desde su despacho monegasco,
donde se desmarca de algarabías judiciales para defender su lealtad, su
profesionalidad, su cartera de contactos y hasta su entrañable amistad con el monarca. Donde la pseudoprincesa dice entrañable
amistad, la prensa extranjera dice amante.
Se avecinan próximas entregas. ¿Pulso a Zarzuela o lavado de cara? Tarde de Hermanas. El Teatro Maravillas trae a Madrid la obra maestra de Carol López, que coloca sobre las tablas a Marina
San José, María Pujalte y Amparo Larrañaga. Una historia que habla de la muerte
a través de la vida y viceversa. Las intimidades a media voz de una familia
desde el interior de una cocina, que transportan al espectador a un vaivén de
emociones que van desde la risa hasta el llanto. Un guión magistral representado
por actores de primera fila, con estética televisiva y guiños musicales. Visita
obligada. Yo ya pienso en repetir.
Lunes. Resaca de los
Oscar. La alfombra roja por excelencia se convierte una edición más en un
despropósito de cortes sirena, brillos, palabras de honor y moños imposibles.
Entre las mejor vestidas, la crítica premia a Charlize Theron, impecable de
blanco y corte péplum. Una gala marcada por la sorprendente incursión de
Michelle Obama y su flequillo, que entrega el premio a Mejor Película a Ben Affleck por Argo. Entre los asistentes, dos españoles de pro; el canario Paco Delgado, nominado a Mejor Vestuario por Los
Miserables, y Sonia Monroy, que se cuela en la red carpet embutida en un Valentino
y con cámara al hombro para retransmitir el fiestón en su propio reality.
Minutos después, la Wikipedia la da
por muerta tras ser tiroteada por Tarantino. Menudo susto, ¡esto sólo pasa en
Hollywood!