DE LA PELOPONY A BERNARDA ALBA

Viernes. Máxima expectación en el número 23 de la calle Serrano. Después de catorce meses con el andamio puesto, la flagship store de Zara abre sus puertas. Me uno a los curiosos y recorro planta arriba planta abajo cual guiri mochilero de excursión en el Retiro. Más de dos mil metros cuadrados remodelados bajo la batuta de la arquitecta Elsa Urquijo, donde se ha mantenido la fachada original con ladrillo visto y amplios balcones. Un proyecto ambicioso para el imperio de Amancio que rompe con los puntos de venta al uso del resto de la capital y que incluye un showroom en la quinta planta reservado para profesionales del gremio. Para el resto de los mortales, una planta sótano con línea infantil, tres con líneas femeninas y una de caballero. La escalera mecánica, no recomendable para tallas superiores a la cuarenta ni para humanos con la eslora de La Pelopony. Esto es un apunte de mi propia cosecha.

Sábado. Mucho se ha especulado últimamente con el nombre de cierta dama de relumbrón que pasa apuros económicos y que se ve obligada a vivir en una habitación de alquiler. Por obra y gracia del periódico que hasta anteayer dirigió Pedro J. (rebautizado como el padre de Cósima entre egobloggers), la mañana del sábado veía la luz el nombre de la discordia. El secreto mejor guardado de Beatriz de Orleans se ventilaba en La Otra Crónica para disgusto de la aristócrata venida a menos. Pasados los setenta, separada de Miguel de Orleans y de profesión invitada a fiestas de renombre, la princesa Beatriz ha cambiado los triplex de lujo por una habitación en casa de Daniel Sanmartín, abogado y profesor de Religión. La nueva vida de la que durante años trabajó para la firma Dior transcurre en un piso de unos quinientos metros cuadrados con armarios monumentales, asistentas y hasta una capilla donde se celebra misa en latín. Todo esto en plena Milla de Oro y por quinientos euros al mes. Yo ya pienso en mudarme y así lo solté con dos vinos en el cuerpo en medio de Casa Lucio. Fui a un cumpleaños, me zampé unos huevos estrellados y salí dando tumbos. En la puerta me tropecé con una pareja de guapos a cara lavada y sonrisa puesta. Era la hora de Cenicienta cuando Martina Klein y su tenista (Àlex Corretja) hacían la entrada en el restaurante. Yo seguí mi camino y me perdí en la oscuridad de la noche. O eso me cuentan.

Domingo. Me trago mi propia resaca y hago acopio de remordimientos domingueros acudiendo al Teatro Español. Irina Kouberskaya y Hugo Pérez de la Pica dirigen con éxito La Casa de Bernarda Alba, una de tantas versiones que vuelve a plasmar sobre las tablas la historia de la viuda más famosa de todos los tiempos (con permiso de Pantoja) y de sus cinco hijas, presas de la actitud inquisitoria de su madre, que pelean por el amor de un hombre y por saltar los muros del caserío familiar. Una obra de género dramático ambientada en la España más profunda que bien podría compartir categoría con el melodrama de Rosa Benito. La rubiaza de Torrejón ha vuelto a casa vestida de blanco inmaculado, ha relatado su particular descenso a los infiernos y ha conseguido el récord de audiencia de la temporada a golpe de Lexatines, encierros voluntarios y posterior resurrección en directo. The Show Must Go On.