Viernes.
Después de seis
meses de retiro, pongo un pie en Madrid y redescubro la gran ciudad a lo Paco
Martínez Soria. Me revuelvo con algunos cambios: mi chigre de la esquina es una
tienda de comida ecológica, mi frutería una peluquería china, y el garito donde
una vez fui víctima de una sesión de radiofrecuencia que me dejó un desnivel
importante entre el pómulo derecho y el izquierdo ahora organiza reuniones para
captar a nuevos Testigos de Jehová. Es lo que viene siendo Madrid, un epicentro
de oportunidades que lo mismo te da una torta a dos manos cuando llegas, que te
pellizca y se resiste a que te largues cuando se apagan las luces de la fiesta
y ya nadie te saca a bailar. Madrid engancha y la OMS debería costear un par
de BlaBlaCar al año que incluyan
paseo por la Gran Vía, habitación con baño y tarifa plana de mojitos en
Malasaña. En este regreso al pasado más reciente, me reafirmo en que los
pitillos están causando estragos (los pantalones, no los canutos, que también),
y lo que te rondaré morena. La moda hipster (subcultura absurda donde las haya)
de me sobran tres tallas arriba y me faltan abajo siguen instaladas en la zona
comercial y en parte de la periferia. Mi propia madre, que es una visionaria,
ya relaciona el petazo de los
vaqueros con la infertilidad de los jóvenes españoles. Ahí lo dejo, quizá no
sea ninguna tontería. El caso es que, pitillo arriba, pitillo abajo, en este
momento no eres absolutamente ni el tato, más bien un mindundi, si no cargas
media docena de bolsas de Primark en cada mano mientras miras al infinito de
Fuencarral y agitas el tupé perfectamente organizado con premeditación,
nocturnidad y alevosía. Ya que he metido la puntita, allá voy. Sí, señores,
aquí el que les habla ha sido uno de los que desafió a la gravedad y se jugó el
tipo por corretear en el huevillo de oro del mítico número 32 del Grupo Prisa.
El mismo que un día curró día y noche en el mismo edificio y juró que nunca
volvería a sufrir agorafobia por hacerse con un trapo low cost, pecó como el
resto de los mortales y se metió hasta la cocina bolsa al hombro. La
experiencia ni fu ni fa, un recorrido entre morralla, morralla y más morralla,
en el que si los astros se alinean, puedes toparte con la prenda estrella de la
colección, y ya si tu talla está disponible, para qué queremos más, ¡es tu día
de suerte! ¡tu mes! ¡tu año, qué coño! Paso por caja número 8 y cuando abandono
el local, me arrastro hasta la primera cervecería de turno para coger aire,
zamparme un ansiolítico y repasar la broma que ya me han cargado a la cuenta.
Uno que es un pelín masoca, va y decide leer opiniones, artículos y foros
acerca del boom #primanía que causa
furor, ataques de ansiedad y tirones de pelos entre gran parte de la sociedad.
Me encuentro generalmente con topicazos que nos remontan a niños de Bangladesh
cosiendo en condiciones infrahumanas y en los que fomentamos esa basura. Al
otro lado, otros barren para casa y se excusan en que nuestra propia sociedad
nos ha empujado a consumir ese tipo de producto y caer rendido a una oferta a
la que no nos podemos resistir, casi siempre, porque no nos queda otra y la
cartera manda. Conclusión: quien esté libre de pecado, que tire la primera
piedra. El mundo no lo manejamos los que nos dejamos el sueldo en un Zara, un
H&M o un Caprabo.
Sábado.
Pasadas las doce,
me esperan en mesa redonda E., JK., y toda la comitiva. Con los besos
repartidos y el “Cuánto tiempo sin verte”
correspondiente, surge el tema de la noche: los retoques estéticos. Podría
haber fluido porque sí o haber sido una simple consecuencia del gintonic, pero
había una razón de peso. No una, sino varias. JK., muy a su pesar de que yo lo esté vomitando en esta humilde
columna, había pasado por boxes y tal acontecimiento no se podía pasar por
alto. Hablamos unos encima de otros, preguntamos, debatimos varios decibelios
por encima de la música, y terminamos echando mano a la carne. Que si un
abroche de orejas por aquí, que si una nariz chata por allá… El momento cumbre
de la jornada llegó cuando JK., sin
despeinarse, soltó por esa boquita que Dios le dio y un futuro cirujano
plástico le rematará: “La técnica que más
se utiliza ahora mismo en mi país es la de ponernos los ojos como los tuyos, por ejemplo. Será lo
próximo que haga”. Atónito respondo: “¿Los
ojos cómo? ¿Redondos, quieres decir?”. “Noooo,
hombre, claritos. Te hacen un trasplante
de córnea y eliges el azul que más te guste”. Las carcajadas resonaron
sobre los bafles y decidimos irnos con la música a otra parte.
Miércoles.
Ya en casa, me
pongo al día con la colada, los correos sin responder y la compra semanal.
Entre medias, enciendo la televisión y echo un vistazo a las revistas del
colorín. Nada reseñable, ni en un sitio ni en el otro. Preysler más planchada
de lo habitual confesando que ya planea boda (y van cuatro) con el Nobel degollado; Pedroche y el chef de la cresta casándose en el trastero de su casa en
zapatillas, vaqueros y con la exclusiva pactada previamente, y un nuevo
elemento en el universo Sálvame, un animalillo al que despellejar y echar a los
gatos de Karmele convertido en fiambre. Hablo de Makoke, ese mujerón que habla
poco y mal pero que luce pierna como nadie. La bendita ha fichado por el
programa para cubrir la enésima baja de su chico (ella le llama marido), léase
Matamoros (Coto no, el otro). La chica, menos rubia que antaño, pero con la
misma comprensión oral que cuando removía bolas en el Telecupón de Carmen
Sevilla, aguantó estoicamente a la banda de enfrente, cargada hasta las cejas
de cañones y repartiendo a diestro y siniestro sin piedad. Encabezando el eje
del mal al que hasta hace bien poco también pertenecía Matamoros, estaba Mila
Ximénez, la señora que mata moscas a cañonazos y que lo mismo compartía mesa y
mantel con la susodicha, que se desgañita ahora como si no hubiera un mañana
defendiendo máximas del tipo: “Eres
cortita. Eres una sinvergüenza. Eres muy chula. No trabajas desde que terminó el Telecupón. Eres la mano que mece la
cuna”. Y así, en el fragor de la batalla, la Esteban entró en acción, el
director intervino para azuzar más si cabe y la mismísima Sor Ángela de la Cruz
(alias Terelu) sentenció con deje andaluz: “Makoke,
hija, a mí no me convences, y eso que eres amiga mía”. A perro flaco, todo
son pulgas, dicen. Suerte, guapa. Te va a hacer falta.
¡Todavía no he ido al Primark! Pero ni a ese ni a ninguno. Aunque habrá que acercarse aunque sólo sea por ver el edificio. Pero como dicen que está tan petado voy a esperar un poquito. Que lo de hacer cola bajo la lluvia no me llama...Besotes grandes.
ResponderEliminarjijii! Veo que en Madrid como en Berlín, te vas un tiempo y todo se transforma!
ResponderEliminarMenudo lio tenéis por ahí, gracias por ponerme al día, un beso!
Yo si que voy a Primark de Bonaire y bueno como todo tienes que ir con vista y sabiendo para que quieres las cosa, yo tengo cosas monas por eso las compré, camisetas básicas que van muy bien y son muy baratas y ropa para estar por casa, hay que criticar menos, ja ja ja y saber que tienes que comprar y a que hora tienes que ir (a primera) no veo Salvame y jamás he oído hablar a Makoke ni sabía lo del telecupón, en fin no parece un personaje relevante por muy mona que sea, que lo es!!!!!
ResponderEliminarBesos
Hola Álvaro muy buenas tardes!
ResponderEliminarHe vuelto nuevos cambios y nuevo blog en mi casa de siempre.
Yo estuve y fue un caos en mi paso por Madrid....
Hay personajes públicos que como no les doy importancia, no se ni quienes son, que mal llevo yo la tele. jeje. Un besazo grande.